Leer: Aviso importante

Todo el contenido de este blog es seleccionado por la Profesora María del Carmen Villaverde. Yo (Vaeneria) solamente me ocupo de subir los artículos pero la autora intelectual es ella, ante cualquier duda contactarse por mail o teléfono.

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jueves, 5 de mayo de 2016

Cuento de ABELARDO CASTILLO (Buenos Aires, 1935)

EL MARICA


Escuchame, César: yo no sé por dónde andarás ahora, pero cómo me gustaría que leyeras esto. Sí. Porque hay cosas, palabras, que uno lleva mordidas adentro, y las lleva toda la vida. Pero una noche siente que debe escribirlas, decírselas a alguien porque si no las dice van a seguir ahí, doliendo, clavadas para siempre en la vergüenza. Y entonces yo siento que tengo que decírtelo. Escuchame. Vos eras raro. Uno de esos pibes que no pueden orinar si hay otro en el baño. En la laguna, me acuerdo, nunca te desnudabas delante de nosotros. A ellos les daba risa, y a mí también, claro; pero yo decía que te dejaran, que cada uno es como es. Y vos eras raro. Cuando entraste a primer año, venías de un colegio de curas; San Pedro debió de parecerte, no sé, algo así como Brobdignac. No te gustaba trepar a los árboles, ni romper faroles a cascotazos, ni correr carreras hacia abajo entre los matorrales de la barranca. Ya no recuerdo cómo fue. Cuando uno es chico, encuentra cualquier motivo para querer a la gente. Solo recuerdo que de pronto éramos amigos y que siempre andábamos juntos. Una mañana hasta me llevaste a misa. Al pasar frente al café, el colorado Martínez dijo con voz de flauta: “Adiós, los novios”. A vos se te puso la cara como fuego. Y yo me di vuelta, puteándolo, y le pegué tan tremendo sopapo, de revés, en los dientes, que me lastimé la mano. Después, vos me la querías vendar. Me mirabas. –Te lastimaste por mí, Abelardo. Cuando hablaste sentí frío en la espalda: yo tenía mi mano entre las tuyas y tus manos eran blancas, delgadas. No sé. Demasiado blancas, demasiado delgadas. –Soltame –dije. A lo mejor no eran tus manos, a lo mejor era todo: tus manos y tus gestos y tu manera de moverte, de hablar. Yo ahora pienso que antes también lo entendía, y alguna vez lo dije: dije que todo eso no significaba nada, que son cuestiones de educación, de andar siempre entre mujeres, entre curas. Pero ellos se reían y uno también, César, acaba riéndose. Acaba por reírse de macho que es. Y pasa el tiempo y una noche cualquiera es necesario recordar, decirlo todo. Fuimos inseparables. Hasta el día en que pasó aquello yo te quise de verdad. Oscura e inexplicablemente como quieren los que todavía están limpios. Me gustaba ayudarte. A la salida del colegio íbamos a tu casa y yo te enseñaba las cosas que no comprendías. Hablábamos. Entonces era fácil contarte, escuchar todo lo que a los otros se les calla. A veces me mirabas con una especie de perplejidad, con una mirada rara; la misma mirada, acaso, con la que yo no me atrevía a mirarte. Una tarde me dijiste: –Sabés, te admiro. No pude aguantar tus ojos; mirabas de frente, como los chicos y decías las cosas del mismo modo. Eso era. –Es un marica. –Déjense de macanas. Qué va a ser marica. –Por algo lo cuidás tanto… Y se reían. Y entonces daban ganas de decir que todos nosotros, juntos, no valíamos la mitad de lo que valía él, de lo que valías, pero en aquel tiempo la palabra era difícil, y la risa fácil. Y uno también acepta -uno también elige-, acaba por enroñarse, quiere la brutalidad de esa noche, cuando vino el negro y dijo me pasaron un dato. Me pasaron un dato, dijo, que por las quintas hay una gorda que cobra cinco pesos, vamos y de paso lo hacemos debutar al machón, al César. Y yo dije macanudo. –César, esta noche vamos a dar una vuelta con los muchachos. Quiero que vengas. –¿Con los muchachos?… –Sí. Qué tiene. –Y bueno, vamos. Porque no solo dije macanudo, sino que te llevé engañado. Y fuimos. Y vos te diste cuenta de todo cuando llegamos al rancho. La luna enorme, me acuerdo: alta entre los árboles. –Abelardo, vos lo sabías. –Callate y entrá. –¡Lo sabías! –Entrá, te digo. 2 El marido de la gorda, grandote como la puerta, nos miraba socarronamente. Dijo que eran cinco pesos. Cinco pesos por cabeza, pibes: siete por cinco treinta y cinco. Verle la cara a Dios, había dicho el negro. De la pieza salió un chico, tendría cuatro o cinco años. Moqueando, se pasaba el revés de la mano por la boca. Nunca me voy a olvidar de aquel gesto. Sus piecitos desnudos eran del mismo color que el piso de tierra. El negro hizo punta. Yo sentía una cosa, una pelota en el estómago. No me atrevía a mirarte. Los demás hacían chistes brutales. Desacostumbradamente brutales, en voz de secreto. Estaban, todos estábamos asustados como locos. A Roberto le tembló el fósforo cuando me dio fuego. –Debe estar sucia. Después, el negro salió de la pieza y venía sonriendo. Triunfador. Abrochándose. Nos guiñó un ojo. –Pasa vos, Cacho. –No, yo no. Yo, después. Entró el colorado, después Roberto. Y cuando salían, salían distintos. Salían no sé, salían hombres. Sí, esa era la impresión que yo tenía. Después entré yo. Y cuando salí, vos no estabas. –¿Dónde está César? No recuerdo si grité, pero quise gritar. Alguien me había contestado: disparó. Y el ademán -un ademán que pudo ser idéntico al del negro- se me heló en la punta de los dedos, en la cara, me lo borró el viento del patio, porque de pronto yo estaba fuera del rancho. –Vos también te asustaste, pibe. Tomando mate contra un árbol vi al marido de la gorda; el chico jugaba entre sus piernas. –Qué me voy a asustar. Busco al otro, al que se fue. –Agarró pa ayá –con la misma mano que sostenía la pava, señaló el sitio. Y el chico sonreía. El chico también dijo pa ayá. Te alcancé frente al Matadero Viejo; quedaste arrinconado contra un cerco. Me mirabas. Siempre me mirabas. –Lo sabías. –Volvé. –No puedo, Abelardo, te juro que no puedo. –Volvé, ¡animal! –Por Dios que no puedo. –Volvé o te llevo a patadas en el culo. La luna grande, no me olvido, blanquísima luna de verano entre los árboles y tu cara de tristeza o de vergüenza, tu cara de pedirme perdón, a mí, tu hermosa cara iluminada, desfigurándose de pronto. Me ardía la mano. Pero había que golpear, lastimar, ensuciarte para olvidarme de aquella cosa, como una arcada, que me estaba atragantando. –Bruto –dijiste–. Bruto de porquería. Te odio. Sos igual, sos peor que los otros. Te llevaste la mano a la boca, igual que el chico cuando salía de la pieza. No te defendiste. Cuando te ibas, todavía alcancé a decir: –Maricón. Maricón de mierda. Y después lo grité. Escuchame, César. Es necesario que leas esto. Porque hay cosas que uno lleva mordidas, trampeadas en la vergüenza toda la vida, hay cosas por las que uno, a solas, se escupe la cara en el espejo. Pero de golpe, un día, necesita decirlas, confesárselas a alguien. Escuchame. Aquella noche, al salir de la pieza de la gorda, yo le pedí, por favor, que no se lo vaya a contar a los otros. Porque aquella noche yo no pude. Yo tampoco pude.

Poema para compartir

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
(Buenos Aires, 1905-1974)



MOTIVO PARA UNA CAJITA DE MÚSICA

En otoño, las calles,
en el barrio, se tiñen
de una especial atmósfera, de silencio con alas.
Casi con el aroma de un estío
apenas olvidado.
Son calles como sueños
pero despiertas, lúcidas.

Soñar es estar vivo.

Siempre amaré estas calles, con su color de pueblo,
cuna de la esperanza, camino del recuerdo.
Sus tendidos crepúsculos y sus mañanas altas
me dieron el fervor. Yo les devuelvo sueños.

El poema es un sueño.

En otoño, las calles…
En otoño, las calles
melancólicas sueñan
que viven porque saben
que saben porque sueñan.


DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO Y DEL DERECHO DE AUTOR 23 DE ABRIL -2016


Estamos Inmersos en los impactos de la tecnología, casi todo gira alrededor le los recursos tecnológicos y en ellos el  libro está y estará siempre allí, cercano a cada uno de nosotros para entrar y salir de esos aparatos que nos acompañan día a día; claro que no a todos, TODOS….¡cuántos y en cuántas regiones del país y del mundo no se puede acceder  o porque no hay energía eléctrica o porque la situación económica no les  permite entrar a  esos últimos avances tecnológicos…!, ¿serían o serán los” CIBER-MARGINADOS”?
De cualquier modo el libro está allí y entero, con sus TAPAS, SUS HOJAS , SUS COLORES  Y SUS PERFUMES , no puede reemplazarse en el placer de leer .
La palabra TODA desde la oralidad, el sonido claro  de la voz y los silencios, no tienen tiempo ni reemplazos, está en  nosotros desde el nacimiento y por eso el valor urgente de revisar el pleno y cálido uso diario del libro .
La preocupación por dar un lugar destacado y preferencial en el mundo a esta temática, partiendo de la niñez, se dio con Jelia Leman, nacida en Stuttgart, Alemania en 1891 quien, siempre estuvo dedicada a estimular  en los niños y en  los jóvenes, todo lo que se refiriera a la lectura y a los libros. Pudo concretar así,  con muy pocos recursos económicos, en 1946, una muestra de ilustraciones y de libros para niños en Münich fundando allí, en el 48, la Biblioteca Internacional para Jóvenes, Biblioteca que tuve la suerte de visitar y consultar en dos ocasiones durante  mi especialización en Europa .
En fechas como las que nos ocupan nos deben preocupar siempre las  LITERATURAS PRIMIGENIAS. Las primeras lecturas, los primeros libros que fundamentan nuestro sistema conceptual, nuestro acercamiento a la realidad, a la fantasía, a la identidad, desde lo cercano, sentido como propio, para comprender, con  verdadera maduración  y sustanciosa conciencia, el presente pluridireccional que nos convoca.
Esta literatura bien conocida por los adultos y por los niños con quienes se trabaja EMOCIONALMENTE desde el comienzo de la vida, se constituye en la herramienta motivadora para estimular el permanente HÁBITO LECTOR, el LIBRO VIVO.
La palabra, cuando es fuerte y se ama desde el vamos, bien elegida criteriosamente, equivale a una magnífica y segura realización personal  que, así llevada, no permite los escleróticos marginamientos  tantas veces ”CULTIVADOS” hoy. La palabra es una milenaria VOZ ACTIVA, deslumbrante y motivadora que debe tomarse muy en serio; la PALABRA ORAL Y ESCRITA. Todos llevamos bajo la piel  como un “tatuaje “ de la vida, historias que perduran y, bien usadas, alargan los afectos y las realizaciones.
Este verdadero acercamiento, necesita del reposo, del entusiasmo contagioso, del oído grupal y personal como  cotidiano “viento fresco y estimulador”. El propietario de la voz, docente o adulto interesado en la niñez, es el sujeto agente, bien informado y preocupado, que habiendo oído antes, se apropia, convencido, de esas seducciones sonoras que lo conquistaron desde el comienzo de la vida y  quiere transmitir con la fuerza de la seducción que es lo que se necesita para llegar de verdad a los pequeños, los primeros lectores de la PALABRA, de ,los LIBROS.
Dice el  investigador Janer Manila:  La fantasía y la razón son dimensiones esenciales del pensamiento humano que forman la experiencia porque son inseparables de los procesos que la configuran.
La literatura , la lectura,  el libro, en todos sus soportes, están allí  acompañando siempre nuestro cotidiano andar.


                                    María del Carmen Villaverde de Nessier

                                                Pte. de ASL