Leer: Aviso importante

Todo el contenido de este blog es seleccionado por la Profesora María del Carmen Villaverde. Yo (Vaeneria) solamente me ocupo de subir los artículos pero la autora intelectual es ella, ante cualquier duda contactarse por mail o teléfono.

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María del Carmen: Tel. 0342-4593838 chiquitavillaverde@yahoo.com.ar.


lunes, 30 de noviembre de 2015

Uno de Horacio Quiroga

LOS BUQUES SUICIDANTES

Resulta que hay pocas cosas más terribles que encontrar en el mar un buque abandonado. Si de día el peligro es menor, de noche no se ven ni hay advertencia posible: el choque se lleva a uno y otro.
Estos buques abandonados por a o por b, navegan obstinadamente a favor de las corrientes o del viento, si tienen las velas desplegadas. Recorren así los mares, cambiando caprichosamente de rumbo.
No pocos de los vapores que un buen día no llegaron a puerto, han tropezado en su camino con uno de estos buques silenciosos que viajan por su cuenta. Siempre hay probabilidad de hallarlos, a cada minuto. Por ventura las corrientes suelen enredarlos en los mares de sargazo. Los buques se detienen, por fin, aquí o allá, inmóviles para siempre en ese desierto de algas. Así, hasta que poco a poco se van deshaciendo. Pero otros llegan cada día, ocupan su lugar en silencio, de modo que el tranquilo y lúgubre puerto siempre está frecuentado.
El principal motivo de estos abandonos de buque son sin duda las tempestades y los incendios que dejan a la deriva negros esqueletos errantes. Pero hay otras causas singulares entre las que se puede incluir lo acaecido al María Margarita, que zarpó de Nueva York el 24 de Agosto de 1903, y que el 26 de mañana se puso al habla con una corbeta, sin acusar novedad alguna. Cuatro horas más tarde, un paquete, no teniendo respuesta, desprendió una chalupa que abordó al María Margarita. En el buque no había nadie. Las camisetas de los marineros se secaban a proa. La cocina estaba prendida aún. Una máquina de coser tenía la aguja suspendida sobre la costura, como si hubiera sido dejada un momento antes. No había la menor señal de lucha ni de pánico, todo en perfecto orden; y faltaban todos. ¿Qué pasó?
La noche que aprendí esto estábamos reunidos en el puente. Íbamos a Europa, y el capitán nos contaba su historia marina, perfectamente cierta, por otro lado.
La concurrencia femenina, ganada por la sugestión del campo de batalla presente, oía estremecida. Las chicas nerviosas prestaban sin querer inquieto oído a la voz de los marineros en proa. Una señora recién casada se atrevió:
-¿No serán águilas?...
El capitán se sonrió bondadosamente:
-¿Qué, señora? ¿Águilas que se lleven a la tripulación?
Todos se rieron y la joven hizo lo mismo, un poco avergonzada.
Felizmente un pasajero sabía algo de eso. Lo miramos curiosamente. Durante el viaje había sido un excelente compañero, admirando por su cuenta y riesgo, y hablando poco.
-¡Ah! ¡si nos contara, señor! -suplicó la joven de las águilas.
-No tengo inconveniente -asintió el discreto individuo-. En dos palabras -y en los mares del norte, como el María Margarita del capitán- encontramos una vez un barco a vela. Nuestro rumbo -viajábamos también a vela- nos llevó casi a su lado. El singular aire de abandono que no engaña en un buque, llamó nuestra atención, y disminuimos la marcha observándolo. Al fin desprendimos una chalupa; abordo no se halló a nadie, y todo estaba también en perfecto orden. Pero la última anotación del diario databa de cuatro días atrás, de modo que no sentimos mayor impresión. Aún nos reímos un poco de las famosas desapariciones súbitas.
"Ocho de nuestros hombres quedaron abordo para el gobierno del nuevo buque. Viajaríamos de conserva. Al anochecer nos tomó un poco de camino. Al día siguiente lo alcanzamos, pero no vimos a nadie sobre el puente. Desprendiose de nuevo la chalupa, y los que fueron recorrieron en vano el buque: todos habían desaparecido. Ni un objeto fuera de lugar. El mar estaba absolutamente terso en toda su extensión. En la cocina hervía aún una olla con papas.
"Como ustedes comprenderán, el terror supersticioso de nuestra gente llegó a su colmo. A la larga, seis se animaron a llenar el vacío, y yo fui con ellos. Apenas abordo, mis nuevos compañeros se decidieron a beber para desterrar toda preocupación. Estaban sentados en rueda y a la hora la mayoría cantaba ya.
"Llegó mediodía y pasó la siesta. A las cuatro, la brisa cesó y las velas cayeron. Un marinero se acercó a la borda y miró el mar aceitoso. Todos se habían levantado, paseándose, sin ganas ya de hablar. Uno se sentó en un cabo y se sacó la camiseta para remendarla. Cosió un rato en silencio. De pronto se levantó y lanzó un largo silbido. Sus compañeros se volvieron. Él los miró vagamente, sorprendido también, y se sentó de nuevo. Un momento después dejó la camiseta en el cabo arrollado, avanzó a la borda y se tiró al agua. Al sentir el ruido, los otros dieron vuelta la cabeza, con el ceño ligeramente fruncido. En seguida se olvidaron, volviendo a la apatía común.
"Al rato otro se desperezó, restregose los ojos caminando, y se tiró al agua. Pasó media hora; el sol iba cayendo. Sentí de pronto que me tocaban en el hombro.
"-¿Qué hora es?
"-Las cinco -respondí.
"El viejo marinero me miró desconfiado, con las manos en los bolsillos, recostándose enfrente de mí. Miró largo rato mi pantalón, distraído. Al fin se tiró al agua.
"Los tres que quedaban se acercaron rápidamente y observaron el remolino. Se sentaron en la borda, silbando despacio, con la vista perdida a lo lejos. Uno se bajó y se tendió en el puente, cansado. Los otros desaparecieron uno tras otro. A las seis, el último se levantó, se compuso la ropa, apartose el pelo de la frente, caminó con sueño aún, y se tiró al agua.
"Entonces quedé solo, mirando como un idiota el mar desierto. Todos, sin saber lo que hacían, se habían arrojado al mar, envueltos en el sonambulismo moroso que flotaba en el buque. Cuando uno se tiraba al agua, los otros se volvían momentáneamente preocupados, como si recordaran algo, para olvidarse en seguida. Así habían desaparecido todos, y supongo que lo mismo los del día anterior, y los otros y los de los demás buques. Esto es todo."
Nos quedamos mirando al raro hombre con excesiva curiosidad.
-¿Y usted no sintió nada? -le preguntó mi vecino de camarote.
-Sí, un gran desgano y obstinación de las mismas ideas, pero nada más. No sé por qué no sentí nada más. Presumo que el motivo es este: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a toda costa contra lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aún los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los centinelas de aquella guardia célebre, que noche a noche se ahorcaban.
Como el comentario era bastante complicado, nadie respondió. Se fue al rato. El capitán lo siguió un rato de reojo.
-¡Farsante! -murmuró.

-Al contrario -dijo un pasajero enfermo, que iba a morir a su tierra-. Si fuera farsante no habría dejado de pensar en eso, y se hubiera tirado al agua.

miércoles, 22 de julio de 2015

Mi nuevo libro: "Los 10 Si del corazón".

PALABRAS DE PRESENTACIÓN.

"En las palabras que abren este pequeño-gran libro: LOS DIEZ SI DEL CORAZÓN, de María del Carmen Villaverde de Nessier, su prologuista-Javier Gonzalez- nos habla de “la sencillez y profundidad” de la autora para proponernos  una vida cotidiana del , ese adverbio de afirmación, positivo, que nos engrandece y que cambia el mundo a nuestro alrededor. María del Carmen parte de si condicional que hace de puente hacia la afirmación, desde una posición cristiana, humanística frente a la existencia. Su expresión y la consecuente acción manifiestan una apertura, una disponibilidad de amor al prójimo. Pocas veces pensamos en los mutuos sentimientos que se despiertan cuando damos un abrazo a un niño, por ejemplo. Cuánto queremos decir al oído con ese afectuoso mensaje. Qué grado de significación  en realidad nos está señalando, claro y seguro, la certeza de la  palabra en acto.
Ahora bien, ¿es un mandato?, ¿es un consejo? O es una intensa, honda seguridad de que es ésa es justamente la dirección correcta para llegar a ser personas, habitantes de una comunidad que vive en estado de crecimiento y plenitud. Yo creo sin duda la última aseveración  es el marcador de todo texto. Pero hay-desde el yo múltiple-un “acompáñame”, un “vamos juntos”, un “yo escribo un si posible para que todos lo vuelvan , porque: “El sí con otros/es todo”. Aclaro que hay dos síes afirmativos (“Sí, con otros” y “Sí, todos”) y ocho que son condicionales, a volverse aseverativos, transformadores del mundo en el que vivimos. Los verbos a destacar: sonreír, amar, querer (desear), poder, saber. Sonreír a las creaturas de la naturaleza, sentirse y hacer sentir bien a quien está allí, en cada momento del día; recibir con una sonrisa a un niño, a una flor, a mamá… y la lista es larga pues señala una actitud positiva frente a la vida. Amar, sí, amar cada cosa, cada ser porque así todo se revela y se devela distinto; aunque para amar y sonreír es imprescindible aprender a escuchar el corazón de los seres y de las cosas.
En el corpus poético, a esos verbos poderosos, fuertes desde el aspecto semántico, desde su significación (como signos de progresiva maduración), ya que poseen riqueza e irradian luz, se añaden en sucesivas repeticiones ampliando el sentido, los sustantivos: Dios, reino, amor, Fe, vida (camino), todos, prójimo, luz. Y junto a ellos, los adjetivos (pocos porque predominan el nombre y la acción): feliz, compartido, iluminado. Todos se arraciman- dentro de la plegaria- en torno a un centro: el sí constructivo de todos en unidad, hermanados en la mirada de Dios. Así resumido el mensaje parece fácil, sin embargo requiere tiempo, voluntad, paciencia, entereza… y responder a los diez si del corazón. Para llenar un vacío de amor, un vacío de palabras, un vacío de fidelidad. La obra que nos ocupa es un canto de fe, una inclinación a crecer en la Verdad (con mayúscula).
Gracias a María del Carmen por este pequeño-gran libro-regalo que nos “conduce”, a través de la palabra por los caminos íntimos, radiantes, auténticos de la Poesía, y claro está, de nuestra existencia toda como seres humanos.

Nora Didier "


PARA LA PRESENTACIÓN DE: LOS DIEZ SI DEL CORAZÓN
                                   3 de Junio de 2015, día de San Martín de Porres.
                                   Librería San Pablo  -Santa Fe



(Gracias  mi querida Nora por tus palabras, por tu presencias. Por tus tantos SÍ
 Sin medida y con tanta calidez).


Me he sentido siempre como un albañil de las palabras, una ARTESANA  del juego rítmico de cada decir.

Recogí así miradas, manos abiertas, abrazos de total entrega , voces apretadas y sueltas, siempre con el sonido sin fin de cada letra armada  con sentido y  con vivencias que amortizaban mis dolores, mis soledades, mis amores esparcidos como el aire que rodeaba como mares infinitos cada parte de mi cuerpo; palabras que siempre enriquecieron mis ensueños que el Señor y el Ángel de mi Guarda se ocuparon de concretar  desde cada recodo del camino.

Supe del valor inmenso de las entregas, esa entrega abierta que no miraba ni color, ni lugar, ni precios.

Supe que desde las palabras era posible entrar con cosquillas calentitas al corazón de todos, aún de los más fríos o distantes y sobre todo a los niños y a los jóvenes

Aprendí, desde mi casa, desde mi  mamá que nos despertaba  sonriente y emocionada por cada flor que se abría en el jardín, desde mi papá cantando historias con el corazón siempre envuelto en los recuerdos de su tierra verde  y lejana con tantos perfumes de castaños, manzanos y amapolas.

Aprendí  desde  mi casa, la de aquí, la de mi esposo y de mis hijos con sus manos calentitas  y abrigadas de miles de sueños. Aprendí y  viví acompañada.

Pude reconocer el dolor de aquellos que fueron desplazados, de sus planes, de sueños por carencia de estímulos  y por supuesto, de abrazos y palabras….(en los barrios de ayer y de hoy en  esta ciudad asumida rápidamente como propia desde hace tanto, tanto tiempo.

Aprendí así que las palabras son como la epidermis de cada ser, de cada pueblo, de sus tramas diversas expresadas en palabras distintas  para decir lo mismo mezclando diferencias

Todas  las PALABRAS  escuchadas en tan distintos sitios y distintas vivencias, TODAS ESTÁN PRENDIDAS EN MI PARA SEGUIR TRAMANDO   LA PIEL  DE MIS ANDARES Y PROPUESTAS,
Todas están aquí, con ustedes en estos DIEZ SI.

Gracias, gracias.
                                               María del Carmen 

martes, 5 de mayo de 2015

ATARDECER,( paisaje para mis hijos)



                        Mirando la luna
                        ya se pone el sol,
                        ya se fue corriendo
                        Rayito-Color.
                        Toda la tierra descansa,
                        amor…
                        canción

                        En los campos de la Puna
                        la luna parece sol,
                        el color de la montañas
                        refleja su luz mistol.

                        La luz de la nochecita
                        se va colando apenitas
                        entre los picos gigantes
                        con sombreros de algodón.

                        ¡La pampa quedó sin sol…!,
                        las sierras le hicieron sombra
                        para que sueñen bajito
                        el lino y el algodón.

                        Se siente olor a guitarra,
                        hay revuelo de gorrión…
                        ¡ya se puso entero el sol!,
                        el pasto silba una zamba
                        suavecito….
                                   es la oración.

                                               María del Carmen   ( mamá en los viajes a las montañas)

Análisis del libro: “Burla, credo, culpa en la creación anónima en nuestra tradición.” de Bernardo Feijoo

Libro:  “Burla, credo, culpa en la creación anónima en nuestra tradición.”
Autor: Bernardo Canal Feijoo
Ed. NOVA – Bs. As. , 1951


Escribe: Ma. del Carmen Villaverde de Nessier, en los 35 años de labor de la Asoc. Santafesina de Lectura en homenaje al Dr. Bernardo Canal Feijoo al cumplirse 30 años de su fallecimiento

 El Dr. Bernardo C.Feijóo fue un investigador profundo del  folclore nacional y sus relaciones con el folklore latinoamericano, quien expresó con contagiosa verba: “ Consciente o subconsciente el investigador sabe que el fenómeno folclórico americano nace y vive de una relación de dos elementos fundamentales, uno que preexiste y otro que sobrevive; … uno europeo y otro americano, uno civil y otro rural, uno cristiano y otro pagano, uno civilizado y otro bárbaro (o primitivo)… Dos caras; una superpuesta, que se dice la mejor, y otra infrapuesta, como una máscara… allí en esa cara está la fuerza que viene de abajo.” “En nuestro país, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las naciones latinoamericanas, la población india, en principio es estadísticamente desdeñada y su patrimonio cultural propio casi nulo.”  
B. Canal Feijóo había escrito su primer libro de poemas “Penúltimo poema del fútbol” cuando tenía 27 años y desde allí definió su línea de pensamientos que más tarde profundizó en otras obras trascendentes y valiosísimas. En una interesante continuidad de ensayos diversos fue dibujando luego la personalidad, la vida y la histórica tradición de Santiago del Estero, su provincia natal y otras regiones del norte y el litoral . Sus más importantes obras están dedicadas al estudio de mitos, creencias, lenguas y costumbres de la campaña mediterránea argentina, culminando con “Burla, credo y culpa de la creación anónima” .
En 1960 ganó el premio Losada para ensayo y tres años después recibe el gran Premio de Honor de la SADE. A partir de 1980 presidió la Academia Argentina de Letras, galardonado con el Premio Pondal Ríos.
Los análisis valiosos, de diferentes  formas y expresiones literarias y filosóficas, con todas sus tradiciones y dudas fueron  tema de sus publicaciones que tanto del Paraguay como de Chuquisaca y el Perú nos fueron llegando desde sus apasionantes versiones literarias.
Publicó también “Mitos perdidos” , “Los casos de Juan” “Pasión y muerte de Silveiro Leguizamón” y tanto otros, así como numerosísimos artículos sobre sus temas de investigación publicados en diarios y revistas, entre ellos el diario Clarín.
Falleció el 10 de Octubre de 1982.
Siendo parte de la Academia Argentina de Letras nos visitó en los albores de nuestro quehacer regional brindando para alumnos (3 niveles) y adultos en general, tres conferencias fundamentales a sala llena, las que motivaron luego buena parte de nuestras múltiples campañas de libros, literaturas infantiles y lectura.
Es necesario destacar algunos aspectos fundamentales de sus puntos de vista en este elibro clave de su investigación: “Burla, credo y culpa en la creación anónima”.
Dice: “Desde su actualidad presente y siempre circunstanciada, el sujeto no asume el folclore para regresar a su pasado, lleno de dudas y credos varios, sino para EMPINARLO como propio en su PRESENTE.”
                Es decir, su YO con toda su historia y su circunstancia; el yo que sume en el folclore su PRESENTE, para, con IDENTIDAD, proyectarse al futuro, como todo lo que se refiere a la expresión humana, la expresión colectiva y anónima. EL folklore, HABLA ANTE TODO DEL ALMA DEL HoMBRE, y no parece posible aislar el problema de la psicología humana, colectiva y también individual.
Canal Feijóo nos dice que en  la expresión popular todo se integra inconfundiblemente destacándose en general, el aspecto sociológico ( el entorno, la geografía, el tono, el ritmo, los rasgos particulares), con un tiñe muchas veces disconformista pero siempre “bienhumorado” y más, simplemente llano, y burlesco.
Así nos dice:
                               La fábula popular de las distintas regiones, representa con claridad, la zona viva de nuestras expresiones anónimas, donde habla  la  BURLA, en extraña alquimia del corazón popular transmutada CON inconciencia o preconciencia critica, de la dura realidad que descubre el alma”
Ej…..:     las penas pa el débil, pa el bravo trinchera…..
                Los temas de BURLA , CREDO Y CULPA  se unen siempre  al aspecto etnográfico con su expresión dramática, a veces,  de la fe y de los  CREDOS OCULTOS  regionales. Estamos así envueltos en múltiples leyendas y supersticiones surgidos de la conciencia MORAL donde van a incursionar, balanceándose entre dudas, miedos, credos y culpas.
                Por tanto,  dentro de la LTERATURA ORAL del pueblo, aparecen reunidos algunos de esto elementos en las COPLAS cuyo toque poético formal fue introducido en América toda por el conquistador con interesantes  recursos MÁGICOS Y RÍTMICOS  que el alma americana estaba  dispuesta a recibir.
                Junto a las coplas aparecieron los relatos, míticos y  religiosos, como los cuentos y las fábulas, con marcada expresión supersticiosa y de clara tendencia tradicional.
                                Canal Feijóo dice: El pueblo no escribe su obra, la canta, la practica con algún ritual y se siente vivo y felíz. Une el español y el guaraní, el español y el quichua , nada queda afuera.,
                               “ EL IDIOMA DEL CONQUISTADOR Y EL CONQUISTADO”
                               La fábula que  hace  el hombre culto de hoy, cuando no se justifica por mera razón de humor, es como un documento etnográfico pleno y lleno de un género que en general dice algo con un sentimiento filosófico y quizá épico de la vida.
                Coplas, cantos y cuentos incorporan animales de todo tipo a las historias para mostrar, desde ellos, la astucia y la fuerza que en nuestras fábulas están confiadas al zorro y al tigre, encomendadas también al conejo y el elefante en otras regiones americanas. Une todo esto Bernardo  C. Feijóo en la gesta burlesca de LOS CASOS DEL ZORRO Y EN LOS CUENTOS DEL ZORRO, como una pasión general de los desposeídos y físicamente más débiles en donde intervienen entonces la astucia y la fuerza. Son Ciclos que Feijóo desarrolla en profundidad y que la educación y la sociedad argentina no deben desconocer (la simulación de la muerte en estos Ciclos es sólo un ardid).
                En los cuentos del zorro, típicamente populares en nuestro litoral, el zorro es el astuto y el tigre la fuerza no reflexiva<
                Nuestro zorro popular es vagabundo, solitario, con dejos de BURLA y CASTIGO, por temor y  desquite,  y lo hace en relación con la fuerza y la intriga  que propone el tigre en sus apariciones:
                Así  el autor de esta obra incorpora como ejemplo esta copla popular:
                Siempre trabaja en su daño
                el astuto engañador
                a un engaño hay otro engaño
                a un pícaro otro mayor.

                En BURLA, CREDO Y CULPA, se nos ofrece una extraordinaria investigación sobre las temáticas apasionantes de la literatura popular argentina con el acompañamiento de una valiosa antología POPULAR

lunes, 4 de mayo de 2015

¿COMO SERAN LOS LIBROS DEL FUTURO?

    ¿Leer en el futuro será cuestión de oídos  y de vista?  ¿Leeremos a elección a través de las  computadoras los libros, capítulos, artículos periodísticos de nuestra particular apetencia? Sí  ya leemos  así con sólo apretar un botón, aparecen así en la pantalla las páginas, los esquemas, los dibujos deseados y también una voz de mujer o varón ( a elección) nos pueden hacen gozar de los contenidos.

     ¿Habrá  entonces, libros con soportes electrónicos en librerías, bibliotecas, escuelas y kioscos callejeros? ¿Habrá disponibles libros para escuchar y leer en pantallas de relojes, celulares y en las vidrieras? Sólo será cuestión de elegir, teniendo la suerte además de ir reconociendo los objetos y el paisaje por los aromas y olores.

       De  verdad, tal tipo de lectura será deslumbrante y cada uno de nosotros tendrá la posibilidad de complicarse directamente en la trama.

       ¿Serán así los libros del futuro?   ¿Leeremos proyectando el contexto de cada página en pantallas escolares áulicas y/o familiares, claro, para TODOS sin discriminación? ¿Reconoceremos a los personajes por las modulaciones de sus respectivos tonos de voz? ¿Habremos aprendido a comprender los textos interpretando esas modulaciones en un abrir y cerrar de ojos?

        ¡Atención!, en todos estos casos, seguramente, también habrá que recurrir al libro escrito, al texto MADRE, al autor y a sus otras creaciones literarias para interesarnos más, para comprender mejor.

        Los sistemas tecnológicos informáticos por ser electro-dependientes podrán interrumpir esas lecturas tecnificadas ante la ausencia o carencia de energía, pero el LIBRO seguirá allí.

       Porque la lectura puramente electrónica puede llegar a ser un elemento de exclusión, de marginación social y cultural,  pero el libro, ese que tenemos en nuestras manos, el de leer en cualquier sitio, el de llevarse en el bolso o el bolsillo, tendrá siempre mayor posibilidad de abrirse a todos y a todos los niveles, y estará siempre allí  creando espacios para que la gente pueda, de cualquier modo y con muy pocos elementos externos, leer, recrearse, imaginar y escribir.

      El libro escrito, el de ayer, el de hoy y el de siempre seguirá proponiendo la textura de la vida, la sobre vivencia espiritual, la expresividad humana, el vuelo libre del pensamiento en busca de la  Verdad.

                                   María del Carmen Villaverde de Nessier, Presidente de ASL

Poemas propios

ARROJAR UN MONTÓN DE PALABRAS


Desde hoy será no sólo bueno
sino necesario,
arrojar todos los días
un montón de palabras
significativas y sugerentes,
al aire vivo  de las escuelas
para que la oralidad,
vestida de múltiples sentidos,
recupere su vida.


            María del Carmen Villaverde 2.012

PARA LAS ABUELAS DE MI CORAZÓN

Casi a orillas del invierno
un ángel bajó a la casa
y a orillas de tu mirada
se hizo ovillito de lana.
Arbolito verde,
arbolito azul,
arbolito blanco
duérmase  mi niño
junto  a la ventana,
junto  a la ventana
hágase la nana…

            María del Carmen Villaverde- 2015


                                 

Cuento: Las Hadas

CHARLES PERRAULT
(Francia, 1628-1703)
  


LAS HADAS

Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.
Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media legua de la casa, y volver con una enorme jarra llena.
Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber.
-Como no, mi buena señora -dijo la hermosa niña.
Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La buena mujer, después de beber, le dijo:
-Eres tan bella, tan buena y tan amable, que no puedo dejar de hacerte un don -pues era un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta dónde llegaría la gentileza de la joven-. Teconcedo el don -prosiguió el hada- de que por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.
Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente.
-Perdón, madre mía -dijo la pobre muchacha- por haberme demorado-; y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
-¡Qué estoy viendo! -dijo su madre, llena de asombro-; ¡parece que de la boca te salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?
Era la primera vez que le decía hija.
La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes.
-Verdaderamente -dijo la madre- tengo que mandar a mi hija; mira, Fanchon, mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla; ¿no te gustaría tener un don semejante? Bastará con que vayas a buscar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, ofrecerle muy gentilmente.
-¡No faltaba más! -respondió groseramente la joven- ¡ir a la fuente!
-Deseo que vayas -repuso la madre- ¡y de inmediato!
Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el más hermoso jarro de plata de la casa. No hizo más que llegar a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente ataviada que vino a pedirle de beber: era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que se presentaba bajo el aspecto y con las ropas de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la maldad de esta niña.
-¿Habré venido acaso -le dijo esta grosera mal criada- para darte de beber? ¡Justamente he traído un jarro de plata nada más que para dar de beber a su señoría! De acuerdo, bebe directamente, si quieres.
-No eres nada amable -repuso el hada, sin irritarse-; ¡está bien! ya que eres tan poco atenta, te otorgo el don de que a cada palabra que pronuncies, te salga de la boca una serpiente o un sapo.
La madre no hizo más que divisarla y le gritó:
-¡Y bien, hija mía?
-¡Y bien, madre mía! -respondió la malvada, echando dos víboras y dos sapos.
-¡Cielos! -exclamó la madre- ¿qué estoy viendo? ¡Tu hermana tiene la culpa, me las pagará! -y corrió a pegarle.
La pobre niña arrancó y fue a refugiarse en el bosque cercano. El hijo del rey, que regresaba de la caza, la encontró y viéndola tan hermosa le preguntó qué hacía allí sola y por qué lloraba.
-¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado de la casa.
El hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de dónde le venía aquello. Ella le contó toda su aventura.
El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que semejante don valía más que todo lo que se pudiera ofrecer al otro en matrimonio, la llevó con él al palacio de su padre, donde se casaron.
En cuanto a la hermana, se fue haciendo tan odiable, que su propia madre la echó de la casa; y la infeliz, después de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla, se fue a morir al fondo del bosque.

Moraleja
Las riquezas, las joyas, los diamantes
son del ánimo influjos favorables,
Sin embargo los discursos agradables
son más fuertes aun, más gravitantes.
  
Otra moraleja

La honradez cuesta cuidados,
exige esfuerzo y mucho afán
que en el momento menos pensado
su recompensa recibirán.

domingo, 8 de febrero de 2015

Una del gran ROBERTO FONTANARROSA (Rosario, Santa Fe, 1944-2007)

FÁBULA DEL PELOTUDO
  
Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se
divertían con el pelotudo del pueblo. Un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas. Diariamente, algunos hombres llamaban al pelotudo al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso. Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.
Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:
- Lo sé, no soy tan pelotudo..., vale la mitad, pero el día que escoja
la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda.
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se
pueden sacar varias conclusiones:
La primera: Quien parece pelotudo, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pelotudos de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos
La cuarta: (pero la conclusión más interesante)
Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión
sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los
demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo

MORALEJA:
“El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pelotudo delante de un pelotudo que aparenta ser inteligente”


Maria del Carmen Villaverde de Nessier


Un cuento de ORLANDO VAN BREDAM (CONCEPCIÓN DEL URUGUAY, ENTRE RÍOS, 1952)

LUCES Y SOMBRAS

La tarde en que el Negro Ludovico comenzó a girar alrededor del mástil de la plaza, al doctor Arismendi se le murió el décimo paciente en el término de tres meses. Mientras el Negro intentaba batir el record de permanencia en bicicleta, el médico sentía que el fracaso, como una sombra espesa, ocupaba todos los rincones de la clínica.
Era curioso que, a partir de esa tarde en que se llevaron casi a escondidas los restos de Abel Figueroa, nadie más entrara al consultorio. Ni por una gripe, ni por un resfrío, ni siquiera por un certificado de favor.
Primero las dos enfermeras, después el médico, advirtieron que la gente no sólo no entraba, sino que muchos apuraban el paso como asustados o cruzaban a la vereda de enfrente, a la vereda de la plaza, precisamente al lugar donde Ludovico persistía en la tarea de dar vueltas y vueltas.
El médico había sentido el sismo hacía tiempo, tal vez dos años atrás, cuando la suerte comenzó a urdirle un tejido en el cual, con cada gesto, se enredaba más.
Había tenido casos difíciles, es cierto, como el de Antonia Sanabria, que llegó cuando ya tenía un pie en el cajón, o el de Isidro Mendieta, que había pasado por las manos de tres médicos antes de que él le cerrara los ojos, o el de Gustavo Salazar, con una avanzada peritonitis, pero otros, la mayoría, habían entrado cantando y habían salido para el cementerio. Sin ir más lejos, el propio Abel Figueroa, que vino por una pequeña cirugía y se quedó en la anestesia.
De aquel prestigio levantado en pocos años junto con la clínica modelo para Raíces sólo quedaban ruinas. Ruinas y un médico y dos enfermeras cada vez más solos, cada vez más pendientes de lo que ocurría en la calle, porque el sanatorio siempre vacío les helaba el alma. Primero miraban desde los ventanales entreabiertos, después desde la puerta del consultorio y, por último, terminaron sentándose en la vereda e hicieron girar el mate durante horas con la misma monotonía con la que Ludovico recorría su círculo en torno del mástil.
Arismendi no había perdido solamente la alegría que el éxito le había prestado, sino también el habla. Las enfermeras terminaron por no dirigirle más la palabra porque él quedaba como sorprendido en una larga ausencia, ausencia que las horas y los días fueron pronunciando, y no contestaba o contestaba con un vago movimiento de cabeza. Las enfermeras terminaron hablando entre sí de todo menos de enfermedades, mucho menos de los otros dos médicos de Raíces que iban absorbiendo los pacientes que la decadencia de Arismendi dispersaba. Pero de lo que más hablaron las enfermeras, porque naturalmente se les imponía, era de Ludovico y su bicicleta.
Cada vez que miraban hacia la plaza, cada vez que querían sorprender un estallido de flores entre los canteros, los últimos juegos del sol en el crepúsculo, las primeras parejas del anochecer, se interponía el Negro Ludovico con su boina negra, su remera de rayas azules, su bicicleta roja, su infernal recorrido. Siempre había alguien para darle aliento, para alcanzarle un mate, una gaseosa, unas galletitas. Siempre había alguien para que la música de un gigantesco grabador no lo abandonara nunca. Y Ludovico seguía girando, infatigable y sonriente.
Y fue precisamente la sonrisa de Ludovico la que comenzó a inquietar a Arismendi, más que la proeza de permanecer horas, días y semanas sobre el asiento de una bicicleta. La sonrisa del Negro Ludovico sacó al médico de su distracción o, al menos, le cambió el motivo. Las enfermeras no tardaron en darse cuenta y dirigirse puntapiés cómplices, pero cualquiera que hubiese pasado entre las ocho y las diez de la mañana o entre las cuatro y las siete de la tarde, horas en que el médico sacaba su sillón a la vereda, hubiera advertido la tenacidad con que Arismendi miraba sin ver o veía de otra manera la infatigable presencia de Ludovico. Las enfermeras no sabían a qué atribuir este embelesamiento hasta que Arismendi lo dijo, más como un descuido del pensamiento que como una confesión:
–Esa sonrisa...
Esa sonrisa no tenía nada de particular, era simplemente la que se sobreponía a la fatiga, la que devolvía Ludovico a todo aquel que pasaba por la plaza y le hacía un gesto de aliento o lanzaba una exclamación, esa sonrisa era una espontánea respuesta a quienes se preocupaban por su salud, a los dos o tres o quince o veinte, según las horas del día y según el día que se convocaban en la improvisada pista que las ruedas de la bicicleta habían ido trazando. Sin embargo, para Arismendi, esa sonrisa no se agotaba en la superficie, era la forma tallada desde adentro de una razón que aún no lograba precisar.
Al cabo de dos semanas en que nadie pisó su consultorio, Arismendi concedió un mes de licencia a una de las enfermeras y prometió hacer lo mismo con la otra si al término de ese tiempo la situación continuaba.
Severamente preocupado y contra sus principios, había decidido volver al hospital al que había renunciado hacía muchos años, seducido por la prosperidad de su clínica. Las presiones de su mujer, los gastos permanentes de sus hijos, las cuotas del automóvil, el mantenimiento de su sanatorio, la inminencia de las vacaciones amenazaban tragarse sus ahorros. Debía vencer los escollos y el orgullo y la antipatía que le provocaba el director para hacer las dos cuadras que lo separaban del Hospital Regional. Entre tanto, seguía sacando la silla a la vereda y seguía preguntándose por qué sonreía Ludovico. ¿De qué podía alegrarse alguien que sólo tenía una bicicleta, alguien a quien no se le conocía un trabajo estable o un oficio definido, alguien que apenas había cursado la escuela primaria, que vivía en una modesta casita de palmas en los suburbios de Raíces?
Lo cierto es que a medida que la oscuridad se cerraba sobre Arismendi y su sanatorio, la luz nacía sobre Ludovico. Raíces se despertaba y se dormía con un médico oscuro y un ciclista luminoso, con dos puntos opuestos pero contiguos. Arismendi comenzó a entender la sonrisa del Negro Ludovico, la tarde número veinte en que no menos de doscientas personas rodearon el mástil para aplaudir la hazaña de cuatrocientas horas en bicicleta, verdadero record en todo el mundo, como vociferaba la radio local. Al grito de “Ludovico campeón”, hombres, niños, mujeres y ancianos celebraban la proeza. Fotografías, filmaciones, corresponsales de diarios de la zona intentaban perpetuar el acontecimiento.
Arismendi, sentado en el sillón de siempre, tuvo en plenitud la razón de aquella sonrisa. ¿Todo por esto?, se decía, todo ese esfuerzo por unos aplausos, por unas fotos en los diarios, ¿y después qué?, se interrogaba y no dejaba de mirar aquellas demostraciones de afecto, aquellos coros que incesantemente vivaban al Negro Ludovico.
Arismendi estaba más solo que nunca, hasta la única enfermera lo había abandonado para cruzarse con su permiso hasta la plaza y acompañar el orgullo de todos los raiceanos por la hazaña del atleta que había superado los límites del pueblo y cuyo nombre ya sonaba en la Capital y sus alrededores. La euforia lo había alzado en andas y Arismendi pudo ver en todo su esplendor la cansada sonrisa del triunfo, la cansada sonrisa del Negro Ludovico al que todos querían palmear, abrazar, besar.
Tocado por confusos sentimientos, Arismendi recogió el sillón y se hundió en el sanatorio. Comenzó a caminar por el largo pasillo vacío. Hacía sonar los tacos con furia y descontrol. En esas idas y venidas escuchó el casi olvidado sonido del timbre de calle, aquel timbre que durante veinte días, o más, nadie había tocado.
Esperó en suspenso y no dudó. Lo buscaban. A él mismo le pareció absurdo, pero lo buscaban. Con una sonrisa abrió la puerta del consultorio y con la misma sonrisa escuchó las palabras entrecortadas de quienes sostenían con dificultad el cuerpo de Ludovico.
–Está muy mal, doctor... el Negro se descompuso. No reacciona.
Tres lo colocaron sobre la camilla mientras decenas se acumulaban en los pasillos, el jardín, la vereda. Nunca hubo tanta gente en la Clínica Modelo de Raíces. Arismendi sabía lo que eso significaba, tanto lo sabía que sonreía feliz pero también lleno de miedo.
En sus manos quedaba el ídolo con la sonrisa apagada; de sus manos vendría la salvación o la condena, la recuperación o el hundimiento definitivo. Aunque era sencillo reanimar aquel cuerpo agotado, Arismendi se persignó antes de colocarle la máscara de oxígeno.
Mientras las enfermeras inyectaban una intravenosa, Arismendi se quitó el sudor de la frente y comenzó a sonreír con una sonrisa nueva, desconocida. No dejó de sonreír cuando el Negro Ludovico caminó con los brazos en alto hacia la muchedumbre que en el jardín de la clínica lo recibió con aplausos; tampoco cuando una avalancha de manos apretaron las suyas para agradecerle. Mucho menos, cuando, al otro día, la enfermera recibió azorada los primeros pacientes y él, esa misma tarde, se dio el lujo de decirle que no, definitivamente que no, al director del Hospital Regional. No dejó de sonreír y de tornarse locuaz –como siempre lo había sido– dos meses después, cuando la Clínica Modelo de Raíces le exigió contratar los servicios de dos nuevas enfermeras.
Sospechaba a su alrededor la existencia de un orden recobrado. Todo volvía a ser como antes, aun cuando no resistía la tentación de mirar hacia el mástil de la plaza e imaginar con fastidio la proeza del ciclista. Dejó de sospecharlo y –lo que es peor– de sonreír, la mañana en que alguien en su consultorio le dijo:
–¿Sabe, doctor?.. Desde mañana el Negro Ludovico intentará batir su propio record.
Esa noche Arismendi no durmió. Desvelado, completamente desvelado, pensaba en el Negro Ludovico y su bicicleta. Pensaba en la cesárea que debía practicar al día siguiente. Sobre todo, pensaba con miedo, con mucho miedo, a quién le tocaría sonreír en este extraño juego de luces y sombras.


Nota; el autor reside en El Colorado (Formosa) y nos ofrece este texto para compartir con nuestros lectores.